El síndrome Hong Kong
Uno de los principales periódicos de Hong Kong despidió hace poco a sus ocho fotógrafos de plantilla que cubrían la información local; a cambio distribuyeron cámaras digitales entre el colectivo de repartidores de pizza. La decisión empresarial era sensata: es más fácil enseñar a hacer fotos a los ágiles y escurridizos pizzeros que lograr que los fotógrafos profesionales sean capaces de sortear los infernales atascos de Hong Kong y consigan llegar a tiempo a la noticia. Los portavoces del sector, obviamente, se rasgaron las vestiduras: ¿cómo es posible que se renuncie a la calidad que garantizan profesionales con experiencia? Pero hay que convenir que más vale una imagen defectuosa tomada por un aficionado que una imagen tal vez magnífica pero inexistente. Saludemos pues al nuevo ciudadano-fotógrafo.
Se desprende de este reciente episodio de darwinismo tecnológico un cambio de canon fotoperiodístico: la velocidad prevalece sobre el instante decisivo, la rapidez sobre el refinamiento. En las épocas heroicas del reportaje fotográfico los reporteros disponían de tiempo y recursos. Cuando National Geographic celebró su centenario, en el editorial del número especial se vanagloriaban de poder ofrecer a sus privilegiados colaboradores unas condiciones óptimas de trabajo: asistentes, helicópteros, hoteles lujosos… Por término medio, en cada reportaje de encargo se disparaban 27.000 fotos de las que terminaba publicándose una exigua docena, la cual había de ser forzosamente la requetehostia. Pero esos años de despilfarro han pasado, empujados por los efectos de un mercado cada vez más competitivo y por la inmersión en una nueva mediasfera. Se ha hablado mucho del impacto que la irrupción de la tecnología digital supuso para todos los ámbitos de la comunicación y de la vida cotidiana; para la imagen, y la fotografía en particular, ha significado un antes y un después. Se puede comparar a la caída del meteorito que condujo a la extinción de los dinosaurios y diopaso a nuevas especies. Durante un tiempo, los dinosaurios no fueron conscientes de la colisión y vivieron felices como testigos pasivos –y pasmados– de los cambios que se operaban en su ecosistema: las nubes de polvo no dejaban pasar los rayos del sol con consecuencias letales para vegetales y animales. Hoy palidece una fotografía-dinosauria que está dando paso a secuelas mejor adaptadas al nuevo entorno sociocultural.
Del síndrome Hong Kong aprendemos que hoy la urgencia de la imagen por existir prevalece sobre las cualidades mismas de la imagen. Esa pulsión garantiza una masificación sin precedentes, una polución icónica que por un lado viene implementada por el desarrollo de nuevos dispositivos de captación visual y por otro por la ingente proliferación de cámaras –ya sea como aparatos autónomos o incorporadas a teléfonos móviles, webcams y artilugios de vigilancia. Esto nos sumerge en un mundo saturado de imágenes: vivimos en la imagen, y la imagen nos vive y nos hace vivir. Ya en los años sesenta Marshall McLuhan vaticinó el papel preponderante de los mass media y propuso la iconosfera como modelo de aldea global. La diferencia es que en la actualidad hemos culminado un proceso de secularización de la experiencia visual: la imagen deja de ser dominio de magos, artistas, especialistas o profesionales al servicio de poderes centralizados. Hoy todos producimos imágenes espontáneamente como una forma natural de relacionarnos con los demás, la postfotografía se erige en un nuevo lenguaje universal.
Después de la fotografía de Fred Ritchin, es un libro que habla acerca de los cambios en los medios de comunicación, del presente digital, de cómo estos cambios afectan nuestra vida socio-cultural y política.
Cuando empecé a leer, noté una crítica a esta era digital en la que vivimos, por parte del autor, aunque posteriormente Ritchin aclara: “De ninguna manera mi intención es la de minimizar el parteaguas digital.” Sin embargo sí considero que el libro esta escritito con un cierto ataque a la evolución o revolución (como él la llama) de los medios visuales y de comunicación; además de un tinte nostálgico que se acompaña en el texto mientras se describe la fotografía análoga. Ésta carga crítica en el libro me remite a Homo Videns de Giovanni Sartori, el cual reflexiona acerca de cómo la revolución multimedia transforma al homo sapiens en homo videns, de cómo la imagen se va tornando fundamental en nuestras vidas y del papel que juegan la televisión junto con la computadora en este proceso.
Pienso que el autor hace análisis significativos sobre la fotografía en nuestros días, y justo eso, que hable sobre nuestro momento, sobre lo que la foto y los medios digitales son ahora, es lo que, para mí, le da importancia a este libro.
Uno de los puntos que llamó mi atención fue el cuestionamiento que Ritchin hace sobre si “…esta enorme expansión está haciendo del mundo un mejor lugar ahogado en información, opiniones e imágenes.” Y yo también me pregunto si nosotros realmente necesitamos más imágenes bombardeadas a nuestro al rededor, y la pregunta me salta aún más porque justo estudio artes visuales.
Se habla acerca de la fuerte credibilidad que le damos a la fotografía y de cómo ésta puede ser muchas veces cuestionada, sobre todo hoy en día con la fuerte presencia de la manipulación por computadora; y aunque el acto posfotográfico siempre ha tenido un peso importante (al imprimir en el laboratorio, por ejemplo), ahora la computadora ofrece mayores posibilidades para transformar la imagen. Estas manipulaciones tienen una función en la foto destinada al consumo comercial y a los intereses políticos, explica el autor. Todo esto me ha hecho pensar que la fotografía y lo que ésta conlleva, está ligada con la verdad (el cuestionamiento de si lo visto será un fotomontaje y cómo nos afecta que una imagen no sea “real”) y el poder (cómo, para qué y quiénes usan esta manipulación). Haciendo referencia a esto, hubo un par de líneas que irremediablemente me hicieron pensar en la realidad del país: “el horror visto como espectáculo” y así terminamos con un presidente formado-por-la-prensa.”
Durante todo el libro se hace referencia constantemente a la presencia de la fotografía en nuestra vida diaria, a través de la fusión con los medios digitales, tecnológicos y de comunicación como la publicidad, el diseño, el periodismo, la computadora, ipods y sus derivados; así como de programas como photoshop, photoshynth, de páginas de Internet como facebook y youtube, etc.
Ritchin también relaciona las teorías cuánticas con la fotografía digital, lo cuál me parece nuevo y quizás acertado.“La fotografía digital, basada en segmentos, divorciada de la temporalidad convencional, de los tonos continuos y la interacción entre la película y la química nos permite imaginar diferentes cosmologías.”
Finalmente, creo que este libro se presta para generar múltiples análisis y reflexiones de acciones y hechos que están ya arraigados a nuestra vida diaria y que probablemente no tomemos en cuenta por su cotidianidad, pero que finalmente son parte fundamental de nuestro sistema cultural y social.